El viernes pasado tres egurenes, Javi Rotten, Txus y un servidor, nos fuimos a Ochate a pasar una noche de acampada, atraidos al lugar por la cantidad de leyendas que de él existen, popularizadas por el programa de Iker Jiménez.
Habíamos tardado en localizarlo porque no quisimos preguntar a nadie porque por lo visto la gente de los pueblos de los alrededores están un poco hasta los huevos de los curiosos. Llegamos al lugar casi anocheciendo, tras dejar el coche en el pueblo de San Vicentejo y andar durante unos veinte minutos por caminos y campo a través. La primera vista de Ochate que tuvimos fue inquietante: una torre rodeada de ruinas y desolación, árboles muertos y cardos por todos los lados; pero no tuvimos mucho tiempo para pensar en ello, pues el sol se estaba poniendo y bajaba niebla de las montañas, por lo que había que montar la tienda cuanto antes. En el pueblo estaban acampados dos chavales y una chica, con los que apenas intercambiamos un saludo. Nosotros acampamos lejos de ellos, para no molestarnos mutuamente, a los pies de la torre y cerca de los dos árboles muertos característicos.
Una vez montada la tienda nos dimos una vuelta por el pueblo, a la luz de la linterna de Txus, porque, todo hay que decirlo, los egurenes nos preparamos las cosas de puta pena: yo no llevaba linterna y Javi se la dejó en el coche. Hicimos unas cuantas fotos (con flash, claro), entramos en la torre, y vimos lo que queda del pueblo derruido.
(continuará)
Habíamos tardado en localizarlo porque no quisimos preguntar a nadie porque por lo visto la gente de los pueblos de los alrededores están un poco hasta los huevos de los curiosos. Llegamos al lugar casi anocheciendo, tras dejar el coche en el pueblo de San Vicentejo y andar durante unos veinte minutos por caminos y campo a través. La primera vista de Ochate que tuvimos fue inquietante: una torre rodeada de ruinas y desolación, árboles muertos y cardos por todos los lados; pero no tuvimos mucho tiempo para pensar en ello, pues el sol se estaba poniendo y bajaba niebla de las montañas, por lo que había que montar la tienda cuanto antes. En el pueblo estaban acampados dos chavales y una chica, con los que apenas intercambiamos un saludo. Nosotros acampamos lejos de ellos, para no molestarnos mutuamente, a los pies de la torre y cerca de los dos árboles muertos característicos.
Una vez montada la tienda nos dimos una vuelta por el pueblo, a la luz de la linterna de Txus, porque, todo hay que decirlo, los egurenes nos preparamos las cosas de puta pena: yo no llevaba linterna y Javi se la dejó en el coche. Hicimos unas cuantas fotos (con flash, claro), entramos en la torre, y vimos lo que queda del pueblo derruido.
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