Hoy, con el permiso de mi compañeiro Alcapone, voy a publicar un relato de su propia cosecha. Para poneros en antecedentes, solamente deciros que me llego esta joya de la literatura gracias a un concurso que consistia en decir cual era la fecha de cumpleaños de nuestro amigo Kamikaze, eso si , de la forma mas original posible. Con estas palabras presento su obra, el maestro Alcapone el dia 14-04-2005 a las 00:07 de la noche:
"¿Que tal?
Te envío mi contribución al concurso, en forma de novela negra, influenciado por el "Alack Sinner" de Muñoz y Sampayo y el "Pulp" de Bukowski. Tómate tu tiempo, que tienes para rato.
César"
A mi modo de ver, mas bien se acerca mas al Manuel Montano de Miguel Anxo Prado y por ello, me he dado la libertad de ilustrar con sus dibujos tan historico relato.
Por cierto, cualquier parecido con la realidad, es pura coincidencia.
"Miércoles. Me despertó el sol entrando por la única ventana de mi pequeño despacho. El haber pasado la noche sentado en la silla delante de mi escritorio me aseguraba que el dolor de espalda y de cuello me iba a durar todo el día. El haberme bebido una botella y media de Absolut me aseguraba una pequeña resaca, por lo menos hasta que acabara con la media botella que me había sobrado. Me levanté mareado, me estiré. El ruido que hicieron mis huesos me recordó que ya me estaba haciendo demasiado viejo para este tipo de excesos. Leí el letrero en el cristal de la puerta: “eyE etavirP – otujeM raséC”. Lógicamente, se lee desde fuera. Había pasado demasiado tiempo desde mi último caso, nada interesante, otro de esos tipos que desconfían de sus esposas. Como cada mañana, en la puerta del despacho de al lado (lo utiliza una secta destructiva como oficina central) tenían el periódico recién entregado. Lo cogí, como hago todos los días, para hacer el crucigrama y devolvérselo. Parece que a esa gente le importa una mierda como se llaman los yunques de los plateros o los dioses egipcios. Entré de nuevo en mi cubículo, me serví un trago y me senté. Antes de que pudiera llevarme a los labios mi taza del NYDP, lo único bueno que me quedaba de mi paso por el cuerpo, sonó el teléfono. Lo cogí malhumorado:
-¿Es usted César Mejuto? - El tipo al otro lado del aparato tenía una voz susurrante, casi gutural, con marcado acento italiano. Esa voz la había oído antes, pero el martilleo en mi cabeza no me permitía concentrarme lo suficiente para recordar.
-¿Quién lo pregunta?
-Mire, no tengo tiempo para adivinanzas… ¿es usted o no César Mejuto? – Parecía mosqueado. Un tipo duro.
-Sí, soy yo. ¿Con quién estoy hablando?
-¿El mismo César Mejuto que echaron de la Policía por corrupción? – El cabrón sabía pegar donde duele.
-En realidad, mis compañeros me tendieron una trampa, pero esa es otra historia. ¿Quién es usted y qué quiere?
-Tranquilo, conozco su historia. De hecho, puede decirse que soy en parte responsable de su expulsión… ¿no recuerda mi voz?
De golpe supe el nombre de ese maldito espagueti… Carlo Carromeri. Controla los negocios de prostitución, drogas, juego y todo lo ilegal de Little Italy. En mis tiempos estuve a punto de enchironarle unas cuantas veces. Siempre sospeché que estaba detrás de mi caída en desgracia.
-Carlo, jodido italianini… ¿cómo le va vida a la más arrastrada de las ratas?
-Dígamelo usted… he oído que las cosas no le van muy bien. – Estaba en lo cierto: tenía la cuenta bancaria en número rojos y sólo me quedaban unos quince dólares en el bolsillo - ¿Ha leído el periódico de hoy?
-El periódico de hoy… si, lo tengo aquí... déjeme ver… – leí el titular: “El Papa en estado muy grave” - ¿Qué me importa a mí el Papa, Carlo?
-No, más abajo.
-Vaya, vaya… - leí en voz alta – “Carlo Carromeri, famoso empresario de Little Italy, acusado de pedofilía”. Parece ser que esta vez no tiene escapatoria. Puedes comprar a cualquiera, pero esto es muy gordo.
-Irónicamente, esta vez soy inocente. No me andaré más por las ramas… necesito su ayuda profesional. Sé que usted es el mejor en lo suyo.
-¿Y qué le hace pensar que se la voy a prestar? No soy de su club de fans, precisamente.
-Dinero… yo tengo mucho y usted lo necesita demasiado. Y porque apelo a su sentido de la justicia… creo que no le gustaría verme entre rejas por la razón equivocada. – En esto último estaba errado. Quizás el antiguo Mejuto era un idealista, pero el de ahora estaba cansado de seguir el juego limpio.
-Hable.
-Bien, necesito que encuentre a una persona, la única que podría aclarar este embrollo. Desgraciadamente, sólo tenemos dos datos de él… el lugar y la fecha de su nacimiento.
-Esto no le va a resultar barato.
-Lo sé, lo mejor siempre es lo más caro. ¿Cuál es su tarifa habitual?
-Seis dólares la hora. – Se oyó una risita, lo que me hizo pensar que debería haber pedido más – Más gastos, claro. – “En los gastos te la voy a meter doblada, cabronazo”, pensé.
-No hay problema, Sr. Mejuto.
-Además, necesitaré quinientos dólares de adelanto, para ponerme en marcha. – Más risitas - ¿Le pasa algo, Carromeri?
-No, simplemente que sus tarifas me parecen un poco… pueriles. Enviaré a alguien para que le de los detalles. Ciao! – Colgó.
Decidí no ponerme los pantalones; ¿para qué, si en menos de diez segundos esa putilla me los iba a arrancar a zarpazos? Me senté en la mesa, me coloqué el paquete y dije, con voz profunda:
-Pase, está abierto.
-¿El señor Mejuto? Represento al señor Carromeri – dijo mientras sacaba una tarjeta del bolsillo interior de su traje y me la tendía.
-Ajá – dije con decepción mientras leía “Xavier Duke – ABOGADO” y un número de teléfono.
-Bien, mi cliente me ha pedido que le entregue este maletín. – Puso el maletín encima de la mesa y lo abrió - Como puede ver, dentro está la cantidad que usted pidió como adelanto para los gastos, más un billete de avión a su nombre. En este sobre tiene la fecha y el lugar de nacimiento de la persona que debe encontrar. Le hemos reservado una habitación en un discreto hotel. El avión sale en cuatro horas, ¿tiene listo su pasaporte?
-¿Pasaporte? – dije mientras me ponía los pantalones – ¿Pero a dónde tengo que ir?
-Un destino de lo más pintoresco en Europa – me pasó el sobre. Lo abrí y en el papel que contenía tenía escuetamente escrito: “15 de abril de 1974 – Úbeda”.
-¿Úbeda? No me suena… ¿dónde diablos queda?
-Me temo que mis obligaciones acaban aquí. Le sugiero que consulte un Atlas – me estrechó la mano. – Adiós y buena suerte.
-Adiós – dije un poco desconcertado.
-Otra cosa: – añadió mientras salía por la puerta – por su bien, espero que sea tan bueno como se dice. No la cague, Mejuto.
-¡Ya puede ir recogiendo sus cosas, Mejuto! ¡Éste ha sido el último cheque sin fondos que me cuela! – gritó.
-No se ponga nervioso, tengo su dinero.
-Eso me dijo la semana pasada, y la anterior. ¡Lleva dos meses de retraso y se va a ir ahora! Además no se va a ir gratis. Bull, rómpele un hueso por cada dólar que me debe.
El mastodonte se acercaba hacia mí riendo estúpidamente y haciendo crujir sus nudillos. Como veía que no iba a tener la oportunidad de razonar con esa bestia, saqué mi revolver del cajón y le metí una bala en el pié derecho. Miró su pié que empezaba a sangrar. Miró el cañón de mi revolver humeando. Sumó dos y dos y cayó al suelo aullando de dolor sujetando su pata herida. O’Iravedra miraba la escena petrificado. Guardé el arma en el maletín, saqué tres billetes y se los puse en el bolsillo de la camisa.
-Esto cancela nuestra deuda y paga el mes que viene. Que tenga un buen día – le dije, y acto seguido me fui tranquilamente silbando.
-Oiga, ¿esto no va a acabar nunca?
-Lo ciento, mizteh. Zon lah prosecioneh.
No le entendí nada, pero como veía que eso iba para rato, le pagué lo que marcaba y me bajé. Me acerqué al gentío y vi que era una especie de desfile. Cuando pude ver a los que desfilaban me quedé helado: en España no sólo estaba legalizado el Ku Klus Klan, sino que la gente iba en masa a ver sus desfiles.
-¡Oiga! - le pegué una patada en los riñones - ¡Disculpe!
-¿Qué conio paza? – me dijo, a la segunda patada.
-Disculpe, ¿el hospital? – pregunté mientras le daba la tercera patada.
-Ez ezo dahí – señaló un local que más bien parecía un taberna.
-Muchas gracias – hice amago de una cuarta patada, pero no se la di.
-Zon migah – me dijo al ver mi desconfianza -. ¿No le guztan, mizter?
-Está bien – lo probé, estaba bueno. – Oiga, ¿por qué llaman a este sitio el hospital?
-Eh que ezto era anteh un hozpitah, hace anios.
-¿Sabe dónde están los registros de nacimientos?
-¿Y cho qué zé? – dijo encogiéndose de hombros.
3 comentarios:
bravo, ferrus, por fin te curras un articulo!
lo de nerja no te lo perdono.
Gracias tio! El apoyo es lo mas importante, seguiremos asi!!
¿Pero qué ostias se lo va haber currado? Todo el trabajo es mío!! Y los honores y los laureles también!!! Grrrrrrrrr!!! PARÁSITO!!!!
Me lo he vuelto a leer y me ha hecho gracia...
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